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En regla general, los hombres esperan la decepción: saben que no tienen que impacientarse, que llegará tarde o temprano, que les dará los plazos necesarios para que puedan entregarse a sus proyectos del momento. Pasa otra cosa con el decepcionado: para él, la decepción sobreviene al mismo tiempo que el acto, no necesita aguardarla, ya está presente. Al liberarse de la sucesión, devora lo posible y vuelve superfluo al futuro. “No puedo encontrarlos en su porvenir”, le dice a los otros. “No tenemos ni un solo instante en común”. Es que para él, todo el porvenir ya está aquí.
Cuando uno percibe el final en el comienzo, va más rápido que el tiempo. La iluminación, decepción fulminante, nos dispensa una certidumbre que transforma al decepcionado en alguien libre.
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Cuando uno percibe el final en el comienzo, va más rápido que el tiempo. La iluminación, decepción fulminante, nos dispensa una certidumbre que transforma al decepcionado en alguien libre.
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Por más desengañado que uno esté, es imposible vivir sin ninguna esperanza. Uno guarda siempre una, a su manera, y esta esperanza inconsciente compensa todas las otras, explícitas, que uno ha rechazado o agotado.
Por más desengañado que uno esté, es imposible vivir sin ninguna esperanza. Uno guarda siempre una, a su manera, y esta esperanza inconsciente compensa todas las otras, explícitas, que uno ha rechazado o agotado.