Alguien ha muerto del otro lado de la pared.
A ratos hay una voz aprisionada por un sollozo.
Soy el vecino más próximo y me siento
un poco responsable: la culpa
encuentra siempre una oportunidad.
En el resto del edificio
nadie parece enterado. Hablan,
ríen, encienden televisores, devoran
toda la carne y la canción posibles. Si supieran
lo que ha ocurrido allí cerca, no alcanzaría
el pensamiento de la muerte
para alterar el ritmo cardíaco del conjunto.
Empujarían al difunto hacia el futuro
y la indiferencia tendría sus razones:
después de todo, nadie se muere más que otro.
No hay comentarios:
Publicar un comentario